John Green
Bajo la misma estrella ( semana #7)
Me giré hacia el auto. Toqué la ventana. Y bajo.
—Voy a ver una película con Augustus Water—dije—. Por favor graba los
siguientes episodios del maratón de ANTM para mí.
Augustus Waters conducía horriblemente. Si paraba o arrancaba,
todo sucedía con una tremenda SACUDIDA. Volaba contra el
cinturón del asiento de su camioneta Toyota cada vez que frenaba,
y mi cuello caía hacia atrás cada vez que apretaba el acelerador. Podría
haber estado nerviosa, con estar sentada en el auto de un chico extraño
en camino a su casa, profundamente consciente de que mis pulmones de
mierda complican los esfuerzos de defenderme de ataques no deseados,
pero su manera de conducir era tan asombrosamente pobre que no podía
pensar en nada más.
Habíamos conducido por lo menos por un kilómetro y medio en un silencio
irregular antes de que Augustus dijera:
—Suspendí el examen de conducción tres veces.
—No te creo.
Se rió, asintiendo.
—Bueno, no puedo sentir presión en la vieja prótesis, y no puedo cogerle el
tiro a conducir con el pie izquierdo. Mis médicos dicen que la mayoría de
los amputados pueden conducir sin problema, pero… sí. Yo no. De
cualquier manera, fui por mi cuarta prueba de conducción, y es como
termina de esta manera —A casi un kilómetro frente a nosotros, una luz se
puso roja. Augustus hundió los frenos, lanzándome contra la abrazadera
triangular del cinturón de seguridad—. Lo siento. Juro por Dios que estoy
tratando de ser suave. Bien, entonces de todos modos, al final de la
prueba, creí que fallaría totalmente de nuevo, pero el instructor fue como,
“Tu manera de conducir es desagradable, pero no es técnicamente
insegura”.
—No estoy segura de que concuerde —dije—. Sospecho del Beneficio por
Cáncer. —El Beneficio por Cáncer son las pequeñas cosas que los chicos
con cáncer obtienen y que los chicos regulares no: pelotas de baloncesto
firmadas por héroes deportivos, pases libres para entregar la tarea tarde,
licencia de conducción no ganadas, etc.
—Sip —dijo él. La luz se volvió verde. Me aseguré. Augustus hundió el
acelerador.
—Sabes que han inventado controles manuales para personas que no
pueden usar sus piernas —señalé.
—Sí —dijo—. Quizás algún día. —Suspiró en una manera que me hizo
preguntarme si estaba confiado en la existencia de ese algún día. Sé que
el osteosarcoma es altamente curable, pero aun así.
Hay un número de maneras de establecer las expectativas aproximadas
de supervivencia de alguien sin preguntar en realidad. Yo usé el clásico:
—Entonces, ¿estás en la escuela? —Generalmente, tus padres te sacan de
la escuela en algún punto si esperan que lo arruines.
—Sí —dijo—. Estoy en North Central. Sin embargo, voy un año atrasado,
estoy en segundo año. ¿Tú?
Consideré mentir. A nadie le gusta un cadáver, después de todo. Pero al
final dije la verdad.
—No, mis padres me retiraron hace tres años.
—¿Tres años?—preguntó asombrado.
Le conté a Augustus sobre la idea general de mi milagro: diagnosticada
con cáncer de tiroides Estado IV cuando tenía trece. No le conté que el
diagnostico llegó tres meses después de que tuve mi primer período.
Como: ¡Felicidades! Eres una mujer. Ahora muere. Era, como nos dijeron,
incurable.
Tuve una cirugía llamada disección radical del cuello, que es tan
placentera como suena. Luego radiación. Luego trataron con un poco de
quimio para mis tumores pulmonares.
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