CAZADORES DE SOMBRAS: CIUDAD DE HUESOS 23/05/2020
CASSANDRA CLARE
SEMANA #15 2: 06 PM
El suelo estaba ya repleto de bolas de papel
desechadas, una señal inequívoca de que sus jugos creativos no fluían del modo que había
esperado. Deseó por milésima vez poder ser un poco más como su madre. Todo lo que Jocelyn
Fray dibujaba, pintaba o esbozaba era hermoso, y aparentemente realizado sin esfuerzo.
Se quitó los auriculares, interrumpiendo Stepping Razor en mitad de la canción, y se frotó las
doloridas sienes. Sólo entonces se dio cuenta de que el potente y agudo sonido de un teléfono
retumbaba por el apartamento. Arrojó el bloc de dibujo sobre la cama, se puso en pie de un salto
y corrió a la sala, donde el teléfono descansaba sobre una mesa cerca de la puerta
principal. Era Simon, su mejor amigo.
Clary colgó el teléfono y echó un vistazo a la sala. Por todas partes había pruebas de las
tendencias artísticas de Jocelyn, su madre, desde los cojines de terciopelo hechos a mano
apilados sobre el sofá rojo oscuro, a las paredes llenas de cuadros cuidadosamente enmarcados,
paisajes en su mayoría: las calles sinuosas del centro de Manhattan iluminadas con una luz
dorada; escenas de Prospect Park en invierno, con los grises estanques bordeados de una fina
puntilla de hielo blanco.
En la repisa sobre la chimenea había una foto enmarcada del padre de Clary. Un hombre rubio de
aspecto meditabundo en uniforme militar, y con delatores trazos de arrugas de expresión en el
rabillo de los ojos. Había sido un soldado condecorado por su servicio en el extranjero. Jocelyn
tenía algunas de sus medallas en una cajita junto a la cama, aunque las medallas no sirvieron de
nada cuando Jonathan Clark estrelló su coche contra un árbol a las afueras de Albany y murió
incluso antes de que naciera su hija.
Tras su muerte, Jocelyn había vuelto a usar su nombre de soltera. Nunca hablaba del padre de
Clary, pero guardaba la caja grabada con sus iniciales, J. C., junto a la cama. Con las medallas
había una o dos fotografías, una alianza y un solitario mechón de cabello rubio. En ocasiones,
Jocelyn sacaba la caja, la abría y sostenía el mechón de pelo con gran delicadeza antes de
devolverlo a su sitio y cerrar de nuevo cuidadosamente la caja con llave.
El sonido de la llave al girar en la puerta principal sacó a Clary de su ensueño. A toda prisa, se
dejó caer sobre el sofá e intentó dar la impresión de estar inmersa en uno de los libros en rústica
que su madre había dejado apilados en la mesita auxiliar. Jocelyn concedía a la lectura la
categoría de pasatiempo sagrado, y por lo general, no interrumpiría a Clary en plena lectura de un
libro, ni siquiera para echarle una bronca.
MANUELA HERNANDEZ ORTIZ
No hay comentarios.:
Publicar un comentario