viernes, 1 de mayo de 2020

Bajo la misma estrella resumen#11

John Green
Bajo la misma estrella (semana#12)

—Hazel Grace —dijo, mi nombre nuevo y mejor en su voz—. Ha sido un verdadero placer conocerte.

—Lo mismo, Sr. Waters —dije. Sentí vergüenza mirándolo. No podía igualar
la intensidad de sus ojos azules.

—¿Puedo verte de nuevo? —preguntó. Había un entrañable nerviosismo en su voz.

Sonreí.

—Claro.

—¿Mañana? —preguntó.

—Paciencia, pequeño saltamontes aconsejé—. No quieres parecer demasiado ansioso.

—Correcto, por eso dije mañana —dijo—. Quiero volver a verte esta noche. Pero estoy dispuesto a esperar toda la noche y gran parte de mañana.

Puse los ojos en blanco.

—Lo digo en serio —dijo.

—Ni siquiera me conoces —dije. Tomé el libro de la consola central—. ¿Qué tal si te llamo cuando termine esto?

—Pero ni siquiera tienes mi número de teléfono —dijo.

—Tengo la firme sospecha de que lo escribiste en el libro.

Él estalló en esa sonrisa tonta.

—Y estás diciendo que no nos conocemos el uno al otro.

Me quedé levantada hasta tarde leyendo El Precio del Amanecer. Alerta de spoiler: El precio del amanecer es sangre. No era una
Aflicción Imperial, sino que el protagonista, el sargento Max Mayhem, era vagamente simpático a pesar de matar, con mi cuenta a 118 individuos en 284 páginas.

Así que me levanté tarde la mañana siguiente, el miércoles.

La política de mi madre es de nunca levantarme, porque uno de los requerimientos de personas enfermas profesionales es de dormir mucho, así
que estaba confundida al principio cuando me desperté con un sobresalto con sus manos en mis hombros.

—Son casi las diez, dijo ella.

—Durmiendo peleo contra el cáncer —le dije—. Estuve hasta tarde leyendo.

—Debió haber sido un buen libro —dijo mientras ella se arrodillaba al lado de la cama y me desenroscaba de mi largo concentrador de oxígeno, al cual llamaba Phillip, porque como que se parecía a un Phillip.

Mi madre me conectó a un tanque portátil y me recordó que tenía clase.
—¿Ese chico te lo dio?

Preguntó de la nada.

—¿Por eso, te refieres al herpes?

-Eres demasiado —dijo mi madre—. El libro, Hazel. Me refiero al libro.

—Sí, él me dio el libro.

—Puedo decir que le gustas —dijo con las cejas levantadas, como si esta observación requiriera de algún instinto maternal único. Me encogí de hombros—. Te dije que el grupo de apoyo iba a valer la pena.

—¿Te quedaste esperando afuera todo el tiempo?

—Sí. Traje un poco de papeles de la oficina. De todas maneras, es momento de enfrentar el día, jovencita.

—Mamá. Dormir. Pelea. Contra. El. Cáncer.

—Lo sé, amor, pero hay una clase que atender. Además hoy es… —El júbilo
en la voz de mi mamá era evidente.

—¿Miércoles?

—¿De verdad lo olvidaste?

—¿Tal vez?


—Es miércoles, ¡Marzo veintinueve! —Ella básicamente gritó, con una sonrisa demente en su cara.

—¡Estas muy entusiasmada por conocer la fecha! —grité en respuesta.

—¡HAZEL! ¡ES TU TRIGESIMO TERCER MEDIO CUMPLEAÑOS!

—Ohhhhhh —dije. Mi madre estaba súper metida en la maximización de las celebraciones. ¡ES EL DÍA DEL ÁRBOL! ¡VAMOS A ABRAZARLO Y COMER TARTA! COLON LE TRAJÓ VIRUELA A LOS NATIVOS; ¡TODOS DEBERÍAMOS RECORDAR LA OCASIÓN CON UN PICNIC!, etc.

—Bueno, feliz trigésimo tercer medio cumpleaños para mí —dije.

—¿Qué quieres hacer en tu día muy especial?

—¿Venir a casa desde clase y establecer el record mundial de número de episodios vistos consecutivamente de Top Chef?

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