viernes, 17 de abril de 2020

Bajo la misma estrella resumen #9

John Green
Bajo la misma estrella (semana #10)

—Entonces muéstrale a Sólo Hazel el sótano —dijo su papá—. Y luego vuelve arriba y mira tu película en la sala.

Augustus hinchó sus mejillas, se balanceó sobre su pierna, y retorció las  caderas, tirando hacia adelante la prótesis.

—Bien —murmuró.

Lo seguí abajo por las escaleras alfombradas a una enorme habitación en
el sótano. Un estante al nivel de mis ojos alcanzaba a rodear toda la habitación, y estaba relleno sólidamente con recuerdos de baloncesto: docenas de trofeos con hombres de plástico medio-saltando o driblando o alcanzando una bandeja hacia una canasta inexistente. También había
muchos balones firmados y zapatillas.

—Solía jugar baloncesto —explicó.

—Debiste haber sido bastante bueno.

—No era malo, pero todos los zapatos y pelotas son Beneficios del Cáncer. —Él se dirigió a la televisión, donde un enorme montón de DVD´S y videojuegos estaban organizados en una forma vaga de pirámide. Se inclinó por la cintura y tomó V for Vendetta—. Era, como, el prototipo de
chico blanco atleta —dijo—. Trataba de resucitar el arte perdido del tiro de media distancia, pero entonces un día estaba disparando tiros libres, solo de pie en la línea de tiros libres en el gimnasio Central del Norte disparando de un estante de pelotas. De repente, no podía entender por qué estaba metódicamente lanzando un objeto esférico a través de un objeto
toroidal. Parecía la cosa más estúpida que podría estar haciendo.

—Empecé a pensar en los niños pequeños poniendo una clavija cilíndrica a través de un agujero circular, y cómo lo hacen una y otra vez durante meses, cuando lo averiguan, y cómo el baloncesto era básicamente una versión ligeramente más aeróbica del mismo ejercicio. De todos modos, por mucho tiempo, seguí hundiendo tiros libres. Llegué a ochenta veces seguidas, mi mejor de todos los tiempos, pero a medida que seguía, me sentía más y más como un niño de dos años. Y luego, por alguna razón me puse a pensar en vallas. ¿Estás bien?

Había tomado asiento en la esquina de su cama sin hacer. No estaba tratando de ser sugerente ni nada; sólo me cansé un poco cuando me tuve que mantener de pie mucho tiempo. Estuve de pie en la sala de estar y luego había habido escaleras, y luego más estar de pie, que era estar
mucho de pie para mí, y no quería desmayarme o algo así. Era un poco
una dama victoriana, sabia en desmayos.

—Estoy bien —dije—. Sólo escuchando. ¿Corredores de vallas?

—Sí, corredores de vallas. No sé por qué. Comencé a pensar acerca de ellos realizando sus carreras con vallas, y saltando por encima de estos objetos totalmente arbitrarios que habían sido fijados en su camino. Y me preguntaba si los corredores alguna vez pensaban, tú sabes, esto sería más rápido si sólo nos deshiciéramos de los obstáculos.

—¿Esto fue antes de tu diagnóstico? —pregunté.

—Bien, bien, estaba eso, también. —Sonrió con la mitad de su boca—. El día de los existencialmente tensos tiros libres fue casualmente también mi último día con ambas piernas. Tuve un fin de semana entre el momento en que se programó la amputación y cuando ocurrió. Mi pequeña visión propia de lo que Isaac está pasando.

Asentí. Me gustaba Augustus Water. Realmente, realmente, realmente me
gustaba. Me gustó la forma en que su historia terminó con otra persona. Me gustaba su voz. Me gustó que tomara tiros libres existencialmente tensos. Me gustaba que era un profesor titular en el Departamento de Sonrisas Ligeramente Torcidas con una cita doble en el Departamento de tener una Voz que Hacia que Mi Piel Se Sintiera Más Como Piel.

Y me gustaba que tuviera dos nombres. Siempre me ha gustado la gente con dos nombres, porque tomas la decisión de cómo llamarles: ¿Gus oAugustus? Yo, era siempre Hazel, univalente Hazel.

—¿Tienes hermanos? —pregunté.

—¿Eh? —respondió, parecía un poco distraído.

—Dijiste eso de ver jugar a los niños.

—Oh, sí, no. Tengo sobrinos, de mis medias hermanas. Pero son mayores. Tienen como… PAPÁ ¿CUÁNTOS AÑOS TIENEN JULIA Y MARTA?

—¡Veintiocho años!
—Tienen como veintiocho. Ellas viven en Chicago. Ambas están casadas con tipos abogados muy elegantes. O tipos banqueros. No puedo recordar. ¿Tienes hermanos?

Negué con la cabeza.

—Entonces, ¿cuál es tu historia? - preguntó, sentándose a mi lado a una distancia segura.

—Ya te dije mi historia. Me diagnosticaron cuando…

—No, no tú historia de cáncer. Tú historia. Intereses, aficiones, pasiones, extraños fetiches, etcétera.

—Um —dije.

—No me digas que eres una de esas personas que se convierte en su enfermedad. Conozco a tanta gente así. Es desalentador. Como que, el cáncer es el negocio en crecimiento, ¿verdad? Lo que toman las personas sobre negocios. Pero seguro no has permitido que esto tenga éxito antes de tiempo.

Se me ocurrió que tal vez lo había hecho. Luché con la forma de lanzarme a Augustus Waters, que entusiasmos aceptar, y en el silencio que siguió, se me ocurrió que no era muy interesante.

—Soy poco extraordinaria.

—Rechazo eso totalmente. Piensa en algo que te gusta. La primera cosa que venga a tu mente.

—Um. ¿Leer?

—¿Qué lees?

—Todo. Desde, como, romance repugnante a la ficción pretenciosa a la poesía. Lo que sea.

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