lunes, 29 de junio de 2020

Bajo la misma estrella resumen#17

John Green
Bajo la misma estrella (semana #17)

Él se limpió su empapado rostro con una manga. Detrás de sus lentes, los ojos de Isaac parecían tan grandes que todo lo demás en su rostro de algún modo desapareció y sólo había esos desencarnados ojos flotantes
puestos en mí, uno real, uno de vidrio. —Es inaceptable —me dijo—. Es totalmente inaceptable.

—Bien, para ser justos —dije—, quiero decir, probablemente ella no pueda
manejarlo. Ni tú puedes, pero ella no tiene que manejarlo. Y tú sí.

—Me mantuve diciéndole a ella “siempre” hoy, “siempre, siempre, siempre”, y ella sólo seguía discutiendo conmigo y no diciéndolo en respuesta. Era como si ya me hubiese ido, ¿sabes? ¡“Siempre” era una promesa! ¿Cómo puedes sólo romper una promesa?

—A veces la gente no entiende las promesas que están haciendo cuando las están haciendo —dije.

Isaac me lanzó una mirada. —Bien, por supuesto. Pero mantienes la promesa de todas formas. Eso es lo que es el amor. Amor es mantener una promesa de todos modos. ¿No crees en el amor verdadero?

No respondí. No tenía una respuesta. Pero pensé que si el amor verdadero existía, esta era una buena definición de este.

—Bien, yo creo en el amor verdadero —dijo Isaac—. Y la amo. Y ella hizo una promesa. Me prometió que un siempre. —Se paró y dio un paso hacia mí. Me levanté, pensando que él quería un abrazo o algo, pero luego sólo giró alrededor, como si no pudiera recordar por que se paró en primer
lugar, y luego Augustus y yo vimos rabia instalada en su rostro.

—Isaac —dijo Gus.

—¿Qué?

—Te ves un poco… perdón por el doble sentido, mi amigo, pero hay algo un poco inquietante en tus ojos.

De repente Isaac empezó a patear fuertemente su silla de juegos, la cual
hace un salto mortal para atrás hacia la cama de Gus. —Aquí vamos —dijo Augustus. Isaac persiguió la silla y la pateó nuevamente. —Sí —dijo Augustus—. Consíguelo. ¡Patea hasta el cansancio esa silla! —Isaac pateó la silla de nuevo, hasta que esta rebotó contra la cama de Gus, y luego agarró una de las almohadas y empezó a golpearla contra la pared entre
la cama y la estantería de trofeos que estaba por encima.

Augustus me miró, con el cigarrillo aún en su boca y una media sonrisa. —No puedo parar de pensar en ese libro.

—Lo sé, ¿cierto?

—¿Nunca dijo que pasó a los otros personajes?

—No —le dije. Isaac estaba todavía estrangulando a la pared con la almohada—. Se mudó a Ámsterdam, lo que me hace pensar que tal vez está escribiendo una secuela de El Hombre del Tulipán Holandés, pero no ha publicado nada. Nunca fue entrevistado. No parece estar online. Le he
escrito un puñado de cartas preguntado qué pasa con todos, pero nunca respondió. Así que… sí. —Paré de hablar porque Augustus no parecía estar escuchando. En cambio, estaba entornando los ojos hacia Isaac.

—Aguanta —musitó hacia mí. Caminó hacia Isaac y lo agarró por los hombros—. Amigo, las almohadas no se rompen. Trata con algo que se rompa.

Isaac alcanzó un trofeo de baloncesto de un estante encima de la cama y luego lo sostuvo encima de su cabeza como si estuviera esperando por un permiso. —Si —dijo Augustus—. ¡Sí! —El trofeo se estrelló contra el piso, el brazo de plástico del jugador de baloncesto se separaba, aun sujetando su balón. Isaac pisó fuerte el trofeo. —¡Sí! — dijo Augustus—. ¡Tómalo!

Y luego de vuelta a mí. —Estuve buscando un modo de decirle a mi padre que últimamente estoy teniendo una especie de odio por el baloncesto, y pienso que lo encontré. —Los trofeos cayeron uno después del otro, e Isaac los pisó y gritó mientras Augustus y yo estábamos parados a unos pies de distancia, dando testimonio de la locura. Los pobres, destrozados
cuerpos de plástico de los jugadores de baloncesto cubrían el suelo alfombrado: aquí, una pelota en la palma de una mano sin cuerpo; aquí, dos piernas sin torso atrapadas a medio salto. Isaac se mantuvo atacando los trofeos, pisoteándolos con los pies, gritando, sin aliento, sudoroso, hasta
que finalmente colapsó encima de los irregulares desechos de trofeos.

Augustus caminó hacia él y lo miró.

—¿Te sientes mejor? —preguntó.

—No —masculló Isaac, su pecho agitado.

—Esa es la cosa sobre el dolor —dijo Augustus, y luego me miró—. Demanda ser sentido.

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