sábado, 20 de junio de 2020

Bajo la misma estrella resumen#16

John Green
Bajo la misma estrella (semana #16)

—Estoy bien —dije—. ¿Isaac? —No respondió. Ni siquiera el más mínimo
indicio de que fuera consciente de mi existencia. Sólo las lágrimas cayendo por su rostro hacia su remera negra.

Augustus apartó la vista de la pantalla muy brevemente. —Te ves bien —dijo. Estaba vistiendo este vestido que justo pasaba las rodillas que había tenido siempre—. Las chicas piensan que sólo tienen permitido usar vestidos en ocasiones formales, pero me gusta una mujer que dice, tu sabes, voy a ver a un chico que está teniendo una crisis nerviosa, un chico cuya conexión con el sentido de la vista es débil, y cielos maldita sea, voy a usar un vestido para él.

—Y aun así —dije—. Isaac ni siquiera me va a echar un vistazo. Muy enamorado de Mónica, supongo —Lo que resultó en un catastrófico sollozo.

—Es un tema un poco delicado —explicó Augustus—. Isaac, no sabe sobre ti, pero tengo la vaga sensación de que estamos siendo desbordados. —Y luego de vuelta a mí—. Isaac y Mónica ya no son una empresa en marcha, pero él no quiere hablar al respecto. Sólo quiere llorar y jugar Contrainsurgencia 2: El Precio del Alba.

—Bastante justo —dije.

—Isaac, siento una creciente preocupación sobre nuestra posición. Si estás de acuerdo, dirígete a esa estación de energía, y te cubriré. —Isaac corrió hacia un indescriptible edificio mientras Augustus disparo con una ametralladora salvajemente en una serie de rápidas explosiones, corriendo detrás de él.

—De cualquier forma —me dijo Augustus—, no hace daño hablar con él. Si tienes algunas sabias palabras de advertencia femenina.

—Últimamente pienso que su respuesta es probablemente apropiada —dije mientras una explosión de disparos de Isaac mató a un enemigo que asomó su cabeza fuera de detrás de la corteza quemada de una
camioneta.

Augustus asintió a la pantalla. —El dolor demanda ser sentido —dijo, que era una línea de Una Aflicción Imperial—. ¿Estás seguro de que no hay nadie detrás de nosotros? —preguntó a Isaac. Momentos después, balas trazadoras empezaron a zumbar sobre sus cabezas—. Oh, maldita sea, Isaac —dijo Augustus—. No pretendo criticarte en tu momento de mayor
debilidad, pero nos permitiste ser flanqueados, y ahora no hay nada entre
los terroristas y la escuela. —El personaje de Isaac se echó a correr hacia el fuego, zigzagueando en un callejón estrecho.

—Puedes ir sobre el puente y haz un círculo de regreso —dije, una táctica que conocía gracias a El Precio del Alba.

Augustus suspiró. —Tristemente, el puente ya está bajo control insurgente debido a la formulación de cuestionables estrategias de mi cohorte privado.

—¿Yo? —dijo Isaac, su voz velada—. ¡¿Yo?! Eres tú quien sugirió que nos refugiáramos en la maldita estación de energía.

Gus se alejó de la pantalla por un segundo y le mostró su sonrisa torcida a Isaac. —Sabía que podías hablar, amigo —dijo—. Ahora vamos a salvar algunos niños de escuela de ficción.

Juntos, corrieron hacia abajo por el callejón, disparando y escondiéndose
en los momentos adecuados, hasta que llegaron a esta escuela de un piso y de una habitación. Se agacharon debajo de un muro a través de la calle e interceptaron al enemigo uno a uno.

—¿Por qué quieren meterse en la escuela? —pregunté.

—Quieren a los niños como rehenes –respondió Augustus. Sus hombros
redondeados por encima de su control, golpeando botones, sus antebrazos tensos, venas visibles. Isaac se inclinó hacia la pantalla, el control bailando en sus manos de dedos delgados—. Consíguelo, consíguelo, consíguelo —dijo Augustus.

Las ondas de terroristas continuaron, y acribillaron a cada uno, sus tiros asombrosamente precisos, como debían ser, con el fin de disparar a la escuela.

—¡Granada! ¡Granada! —gritó Augustus mientras algo se arqueó a través de la pantalla, rebotando en la entrada de la escuela, y luego rodó contra la puerta.

Isaac dejo caer su control con decepción. —Si los bastardos no pueden tomar rehenes, sólo los mataran y van a reclamar que lo hicimos nosotros.

—¡Cúbreme! —dijo Augustus mientras saltaba debajo del muro y corrió
hacia la escuela. Isaac buscó a tientas su control y luego empezó a disparar mientras las balas llovían en Augustus, que estaba disparando una vez y luego dos pero aún corría, Augustus gritando—: ¡NO PUEDES MATAR A MAX MAYHEM!—, y con una agitación final de combinaciones de botones, se giró hacia la granada, que detonó debajo de él. Su desmembrado
cuerpo explotó como un geiser y la pantalla se puso roja. Una gutural voz dijo: —MISION FRACASADA —pero Augustus pareció pensar de otra manera mientras sonrió a sus vestigios en la pantalla. Él alcanzó su bolsillo, sacó un cigarrillo, y lo metió entre sus dientes—. Salvé a los niños —dijo.

—Temporalmente —apunté.

—Toda salvación es temporal —Augustus disparó de nuevo—. Les compréun minuto. Tal vez ese sea el minuto que compre una hora, que es la hora que compre un año. Nadie va a comprárselos por siempre, Hazel Grace, pero mi vida les compró un minuto. Y eso es algo.

—Vaya, bien —dije—. Estamos hablando sólo de píxeles.

Se encogió de hombros, como si creyera que el juego tal vez fuera real. Isaac estaba lamentándose una vez más. Augustus volvió la cabeza de nuevo hacia él. —¿Alguien más va a la misión, soldado?

Isaac sacudió la cabeza diciendo no. Se inclinó sobre Augustus para mirarme y a través de las cuerdas vocales fuertemente engarzadas dijo—: Ella no querrá hacerlo después.

—Ella no querrá abandonar a un chico ciego —le dije. Él asintió, a las lágrimas no les gustan las lágrimas tanto como un tranquilo metrónomo, seguro, infinito.

—Dijo que no podía manejarlo —me dijo—, estoy por perder mi visión y ella no podrá manejarlo.

Yo estaba pensando sobre la palabra manejar, y todas las cosas incontenibles que se manejan. —Lo siento —dije.

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