sábado, 4 de julio de 2020

 Cien años de soledad.

Capítulo 2

Pusieron un montón de hierba seca en la mitad de la calle y le prendieron fuego mediante la concentración de los rayos solares. José Arcadio Buendia, que aún no acababa de cosolarse por el fracaso de sus imanes, consibio la idea de utilizar aquel invento como un arma de guerra. Melquiadez, otra vez, trató de disuadirlo. Pero terminó por aceptar los dos lingotes imantados y tres piezas de dinero colonial a cambio de la lupa. Usurla lloró de consternación. Aquel dinero formaba parte de un cofre de monedas de oro que su padre había acumulado en toda una vida de privaciones, y que ella había enterrado debajo de la cama en espera de una buena ocasión para invertirias. José Arcadio Buendia no trató siquiera de consolarla, entregado por entero a sus experimentos tácticos con la abnegación de un científico y aún riesgo de vida. Tratando de demostrar los efectos de la lupa en la tropa enemiga, se expuso él mismo a la concentración de los rayos solares y sufrió quemaduras que se convirtieron en úlceras y tardando mucho tiempo en sanar. Antes de protestas de su mujer, alarmada por tan peligrosa invertiva, estuvo a punto de incendiar la casa. Pasaba largas horas en su cuarto, haciendo cálculos sobre las posibilidades estratégicas de su arma novedosa, hasta que logró componer un manual de una asombrosa claridad didáctica y un poder de convicción irresistible. Lo envío a las autoridades acompañado de numeros testimonios sobre sus experiencias y de varios pliegos de dibujos explicativos, al cuidado de un mensajero que atravesó la sierra, y se extravío en pantanos desmesurados, remontó ríos tormentosos y estuvo a punto de perecer bajo el azote de las fieras, la desesperación y la peste, antes de conseguir una ruta de enlace con las mulas del correo.

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